domingo, 15 de noviembre de 2015

No apto para todo publico: Capitulo 4 -Gaitero Del Tren

Foto: Martin Losada

GDT – Buenos días mis queridos espesajeros, soy un músico más de este querido medio y toco la gaita. Vengo a pedir respetuosamente su tiempo y atención – Mencionó el gaitero del tren mientras miraba de un lado hacia el otro del vagón. – Si alguien no le agrada, no quiere o no le interesa escuchar lo respeto y sin más me retiro al vagón siguiente, ya que no es mi intención generar mala onda. – Agregó.

Por un instante se puso un cono, que traía consigo, cual audífono apuntándolo de lado a lado como buscando escuchar alguna queja o comentario mientras sugirió – Este es el momento, hable ahora o calle para siempre.

Debo admitir que es el ingreso más ingenioso que escuché. No sólo eso, si no también logró que me riera y en consecuencia extirpara de una forma rápida la mala onda que había incubado, fruto de la situación anterior. El músico continuó – Muy bien! Como el que calla otorga… – Se inclinó, sacó su gaita de la valija y comenzó a tocar.

Sinceramente no sabía que esperar pero sin prejuicio presté atención a la dulce melodía  y como un pasaje gratis me trasladó rápidamente a los paisajes que alguna vez me relató mi abuela del pueblo donde vivió mi abuelo. Lugares como la Provincia de Pontevedra, sus puentes sobre el Río Miño, los prados verdes, las iglesias fortificadas, esas calles empedradas de aquella época colonial, los pasadizos y cada rincón invita a caminar y explorar el lugar. Con la gaita de fondo puedo imaginar a los niños de esa época jugando a la escondida.

Junto con la llegada a la estación terminó la canción al grito de – Fueeerrte ese aplaaaauuusooo.– Con esa exclamación volví a la realidad. Entonces noté a un viejo de boina marrón que muy emocionado le pidió una muñequeira. Nuevamente con permiso del público y luego de una breve charla con el abuelo (quien le explico cosas que no llegué a oír) comenzó a tocar.

Yo ya sin rencor y angustia decidí pasar mi estación para remontarme a un nuevo viaje a otro país en otra época. Nuevamente cesó la melodía; para esa altura ya había dejado pasar otra estación y llegábamos a Retiro.

El GDT avisó que pasaría la gorra y les explicó sus espesajeros que podían descargar su mala onda en él, que realmente todo aquel que quisiera podría hacerlo sin limitaciones, porque a él no le importaba la mala onda, no lo afectaba. Además llevaba consigo un espejo para que aquellas personas puedan ver su reflejo. Y agregó – Quien me mire con cara de culo se verá así mismo con cara de culo y terminará riéndose de sí mismo y también este espejo es para aquellos que me sonrían, así verán su propia sonrisa. Ya que no hay nada más lindo verse sonreír. Y quien quiera y acepte les robo una foto.– Fue entonces que decidí abrir mi billetera. Como tenía veinticinco pesos sólo pude darle cinco. Consideré que era lo mínimo que podía darle después de lo que hizo por mí.

Bajé en Retiro donde el cardumen de personas desbocadas por llegar primero al molinete me llevó por delante. El aroma a panchos y hamburguesas mezclado con el perfume de algún transeúnte le da a este sitio algo particular, las estructuras metálicas arcadas de tamaño faraónico y que en su cima se pueden observar los nidos de palomas, los vidrios que al ser todos diferentes evidencian que fueron emparchados con lo primero que se pudo del pañol de mantenimiento. En ese momento subí al tren que esta vez me dejaría en Belgrano R., aquella estación rodeada de caserones que contrastan entres quienes prefirieron preservar la arquitectura de antaño y quienes eligieron el futuro de la modernidad. Los colegios Pestalozzi y General Roca generan la misma contrapunta entre lo privado y lo público, y a unas cuadras de ellos el Buenos Aires High School con la insignia tradicionalista que este representa. Con la mente más despejada me fue inevitable pensar nuevamente en aquel hijo falso, en su cara y en toda la crueldad que percibí en aquel momento y fue así como recordé al hijo que alguna vez tuve y que extraño. No era mío pero gracias a él nació en mí un amor paternal de potencia tal que me fue imposible abandonar la idea de que alguna vez quiera venir a conocer al loco que lo amó sin medir razonamiento, como el amor manda, sin medidas. Y en ese momento recordé que aprendí tanto de él y que seguramente mucho más que él de mí. Indudablemente supe que él no me conocerá ni que lo esperaré. Seguramente no sabrá que sin ser su padre aun así lo amé y lo amaré. Fue entonces que bajé del tren y caminé por la plaza de la estación pensando en su rostro, en su voz. Recordé su aroma y sentí todavía el sabor de las tardes de galletitas, leche y Mickey Mouse. Con ese sabor a frutilla, vainilla, y chocolate recordé con melancolía aquel verano feliz.

Noté que unos morimos ahogados en deseos y otros apuñalan oportunidades.

                                                                                                      
Al GDT que continúa cambiando los días de los espesajeros en el tren Mitre.