Seguí caminando
mientras llegaba a casa y el perfume de madre selva y jazmines recién regados
por el vecino me dan la bienvenida a mi cuadra. Caminé frente a mi hogar, pasé de largo para dirigirme a la panadería del
barrio. Entré, dí los buenos días y con algo más que hambre pedí una cremona
grande.
- Llegás justo!
Ya sale del horno. Está calentita. – Afirmó.
- Buenísimo!
- Llevala
con la bolsita abierta así no traspira, tomá para no quemarte los dedos. – Y me
dio un pedazo de papel.
Pagué con lo último que guardaba en la billetera y me dirigí a casa como quien lleva
entre sus manos un tesoro. El aroma me tortura, no sé cómo disimular el apuro
por tomar unos mates con este manjar caliente.
Entro a
casa pongo, la pava, preparo el mate,
dejo la cremona en la mesa sin antes pellizcarle un trocito, el solo cortarlo, sentirlo
crocante, la temperatura, el aroma, todo es perfecto. Lo saboreé cuanto pude mientras le quité el polvo a la yerba y esperé que el agua termine de calentarse.
Encendí la radio
y con los primeros mates inconscientemente se me escapó un suspiro. Sentí como
me alimentaba de mis propias amarguras y haciendo tripa y corazón logré encontrar la alegría conformista en mi reflexión entre mate y samba surera que
suena bajito de fondo.
Aunque el
hambre me invita a seguir comiendo, guardo el resto para el más tarde del hoy a
la noche y el más temprano de mañana a la mañana.
Me pegué una ducha caliente, me puse ropa de entrecasa, me tiré en la cama a simplemente dejar que pasen las horas. Inexorablemente como un
rito inevitable llega la catarsis rompiendo todo a mi alrededor, zambulléndome
en mi propia melancolía, melancolía que trato de por todos los medios no
recibir; añoranzas de años pasados.
Tiempos de anteaño
donde seguramente el sufrimiento era más intenso el esfuerzo más abrumante,
pero en contrapunto del hoy, existía una razón por la cual bancar todo ese peso
sobre la espalda, es que en el barrio me
esperaban mis amigos en aquel kiosco donde supimos ser amigos/clientes, en una
hora pactada donde sin peros de lunes a jueves nuestro leit motive era resolver
el mundo y reírnos de meras pelotudeces. Éramos lo suficientemente maduros para
trabajar y deslomarnos pero también suficientemente jóvenes para casi desear
jugar un rato a la mancha.
¿Pero ahora
qué? ¿Cuál es el motivo? ¿Por qué tanto esfuerzo? Reviso paso a paso mi vida,
cm a cm, no veo en lo absoluto en un
futuro próximo o distante que me espere algo mejor, la inercia de cada
latido me lleva a seguir, entre pensamientos tóxicos nauseabundos y narcóticos,
me veo sumergido en dulces pesadillas
donde viejos hermanos me saludan abrazándome fuerte, ahí siempre me esperan de
ese lado.
Luego de la siesta despierto solo nuevamente y
como instinto repito el rito. Pava,
cremona y suspiro, está vez en silencio pensando que mañana es el día, mañana
depositan, mañana una vez más comienza las cuentas
del cuánto debo cuánto cobro, cuánto me queda cuánto como…cuánto y porqué, cuánto y para qué, es casi un instinto vulteránico el que me
lleva adelante aunque carente de un porqué
El agua
esta fría, limpio el mate, me dirijo al cuarto donde inmerso en su quietud me acuesto,
cierro los ojos y escupo un rezo al abismo en el que vivo, no creo en Dios ni
en ningún tipo de ser, pero me veo en la necesidad de escupir a la existencia
mis amargos anhelos para que en un signo de bondad poder partir, descansar. Y en ese recite interminable quedo dormido.
Nuevamente
suena el despertador, nuevamente el mate, la cremona de ayer el gusto a viejo de un día nuevo, de una vida
gastada, otra vez el motor interminable, el sentimiento atado a mi garganta que
me castiga pero me obliga a seguir. Con más agua caliente que otra cosa en el estómago,
el sabor amargo del desayuno propio de un argento otra vez a la parada del
colectivo, el hall del edificio, las personas que ingresan a la oficina, las
horas que no pasan. La asquerosa ceremonia.
Nuevamente
camino por vías abandonadas rogando que pase el tren.