lunes, 4 de septiembre de 2023

Color : Negro y Marron

 

Todo se mueve, sin embargo, todo está calmado. Una procesión de gente que va junta a un destino distinto; se miran entre sí, pero no se perciben, somos piedra. Entre el chirrido y los crujidos de ese pequeño recinto que nos congrega, se abren simultáneamente las puertas; ingresa el mismo niño de siempre acompañado por el hermano mayor. Miro mi reloj: 17:45. Hace 45 minutos salí del trabajo, con hambre, cansado, la mente agobiada. Es verano, siento la camisa pegada al cuerpo, y al pantalon de vestir que llevo lo siento como   una calza. Tengo hambre. Es 27 de febrero, y aunque el mes es corto, otra vez llego ajustado a fin de mes. Hay comida y techo, no me puedo quejar. La esperanza de unos bizcochitos Don Satur, unos tereres y un sonidero de fondo es un paraíso terrenal. Cierro los ojos un instante necesito dejarme caer 

El tren frena lentamente; percibo que estamos llegando a la estación, probablemente sea Malabia en un trayecto que termina en Lacroze. De Lacroze, me dirijo hacia mi bosque de Eucaliptos, de manera paradójica, el mismo bosque y tren de mi infancia me acompañan en la adultez.


Abro los ojos; continuo en el subte. El niño y su hermano reparten  unas notitas pidiendo una moneda, al mismo tiempo que recitan una dedicatoria con una voz semi aguda y una métrica particular. No dudo que es real. Miro sus ojos, su rostro, y se nota el desamor, la tristeza y el cansancio. Persona a persona reciben la negativa por respuesta, el desprecio y la frialdad. Una y otra vez. ¿Cuántas puñaladas puede tolerar un alma que se  desnuda y que expresa sistemáticamente sus infiernos y recibiendo el rechazo como respuesta en un grito mudo? Ni la mirada, ni siquiera recibir la notita. La indiferencia total o el rechazo absoluto.


De vagón en vagón, de subte a subte, de día a día, y de miseria en miseria.


Abro la billetera y me tomo el trabajo de seleccionar los billetes que les voy a dar. No es mucho, en realidad, no es nada, ¿porque no les doy todo?... lo pienso. La realidad mezquina marca que todavía tengo que llegar a fin de mes, y si les doy todo, no voy a tener para un día más. Es fin de mes... casi con cierta resignación, bueno, les doy lo que puedo, y repito, y me repito, es fin de mes. Reciben la plata como si nada. "Que Dios te bendiga", a regañadientes... y siento que podría completar esa frase con un "a mí no, a mí no lo hace; de nosotros se olvidó." Dios da, Dios quita, Dios castiga o premia. ¿Es una prueba o es un milagro? El milagro es que si dos niños entre 8 y 12 años expusieron su calvario y arrastraron su cruz todo este tiempo, recibiendo las miradas látigo del desprecio, aun conserven la fe en que la vida vale la pena, que la vida vale, que algo vale. Es fin de mes, ellos viven al final de mes, en un desierto austero que abunda en incertidumbre con la certeza de que hoy no, y mañana tampoco. Ya no queda ni la desesperanza, solo una realidad bruta que escupe constante; no hay salida. Están encerrados en cadena perpetua, no pueden tener miedo a caer presos, no pueden tener miedo a la muerte; para ellos, el futuro no existe, y el presente se repite: hambre, sed, necesidad y sueño. Nunca estuvieron vivos, solo soportaron la vida; como termerle  a la muerte, si ella que como gesto irónico les va a brindar el descanso que no tuvieron ni en el vientre materno. Carajo … no puedo tener más suerte , bajo en federico Lacroze,  me tomo el tren, voy al bagon del medio y sin darme cuenta  mágicamente me olvide de todo , 1 puerta del bagon me paro al lado; y sin registrar llega un amigo de hace años .

Agustín: ¡Ey, amigo, qué onda, volviendo del trabajo?


Yo: Sí, amigo, no doy más, me arden los ojos de estar frente a la PC.


Agustín: Qué mal, brother. yo También, para colmo, rompí la moto y justo a fin de mes.


Yo: Te iba a preguntar, me pareció raro verte en el tren. ¡Qué mal lo de la moto!¿Qué onda el arreglo, muy caro?


Agustín: Sí, se jodió la caja, todo es caro acá. Ya fue, me cabió; para colmo, todo sube y no hay respiro.


Yo: Bueno, amigo, tranqui, ya vas a solucionar.


Agustín: Amigo, ¿vos viste cómo está todo?


Yo: Sí, lo sé. -En tono de broma-, recién le di unos mangos a unos pibes en el subte; no sabía si darles plata o pedir con ellos, jaja.


Agustín: Naa, no les des nada, se la gastan en birra, olvídate, esos nacen chorros, de chiquitos.


Yo: Amigo, aguanta, eran dos pibitos, no es tan así.


Agustín: Boludo, posta, el otro día iba en la moto y uno de esos me apuntó como si tuviera un arma; ya están aprendiendo a robar.


Yo: No, para, amigo, son nenes, están jugando, anda a saber, no flashies.


Agustín: No, amigo, te digo que esos hay que matarlos de chicos, ya están aprendiendo a robar.


Yo: Amigo, no, ya fue. Cambiemos de tema, ¿qué onda la casa de repuestos?


La conversación continuó como si nada, mientras me preguntaba por qué seguía hablando con él. Pasaron las estaciones y la charla se desvió hacia temas menos importantes. Sin embargo, persiste el bajón en mi ánimo mientras avanzaba por el camino hacia mi bosque de Eucaliptos. Caminé abrumado por el ruido mental de la oficina, el calor en el subte, la miseria humana y la charla con un amigo que ponía en palabras el desprecio de las miradas de aquel vagón. Finalmente, llegué a mi casa, puse una cumbia, tomé mis verdes y, con el primer bizcochito, me sumergí en las imágenes.