domingo, 22 de marzo de 2015

De Recuerdos Constantes

Noche otoñal, el frío no es intenso, pero sin embargo hace un tenue acto de presencia su silenciosa compañía y junto a mi insomnio hecho carne logran brindarme una serie de sensaciones con la sencilla pero efectiva finalidad de recordarme que estoy vivo, o en su defecto que no estoy soñando. Traté de conciliar el sueño revisando mi viejo cofre donde se guardan los recuerdos que atesoramos, recuerdos frescos con aroma a menta y chocolate, recuerdos añejados firmes como el día en que fueron acuñados, tallados… imperecederos como los robles, recuerdos metálicos, fríos, quirúrgicos, sobre todo metálicos. A pesar de que me arden los ojos, me pesan los parpados y la oscuridad lúgubre de la habitación me envuelve, pareciera ser que absolutamente nada logra hacer mella contra el desvelo que me tiene de rehén. Un fatídico y despiadado fusilamiento de recuerdos que me acribilla a quema ropa, las ideas me golpean en la boca del estómago mientras la desalmada angustia traicionera me abraza por la espalda para que no logre moverme. Y entre los respiros que hay entre las ráfagas de golpes ella me besa en la boca dejándome un sabor amargo. Continuamente me someten imágenes del pasado indirecto, del futuro lejano, del presente inconstante, lo vivido y por vivir, los que vivieron y ya no están. En esa última frase es donde se aloja con mayor frecuencia mi pensar, idea a la que vuelvo inconscientemente recurridas veces. Como quien busca en un lugar cosas que ya sabe que ahí no se encuentran. Los busqué a todos, a ustedes. Vuelvo, con la esperanza de hallar un porqué, y me encuentro con la cruda realidad de que una vez más no se resuelve así. Nuevamente ninguno me da respuesta alguna y eso es obvio, porque ya no están más que en mi memoria. Pero una vez más voy constante a ellos, hermanos de sangre, hermanos de vida y aventuras, hermanos de mis hermanos que fueron de mi protección. Por ustedes libro sádicas batallas tan crueles como violentas con su, a mi entender, injusta ausencia. Porque su retorno en sueños me sabe a poco, me sabe a nada, mísera limosna en cuotas que no rinde siquiera para esbozar una sonrisa y sin embargo es más que suficiente para la agria tristeza que se desagota en lágrimas. Sé que todos buscamos respuestas de alguna u otra forma, tratamos de reinventarlas desde la religión, la filosofía o la música pero lamentablemente a mí nada de eso me resuelve, aunque con el fin de la noche me queda una abatida reflexión. No soy filósofo y no tengo religión alguna, no creo en dioses de ninguna índole. Sólo entiendo que la partida de un ser querido se lleva con él un sin número de anhelos que quedarán inconclusos. Miles de abrazos que no podremos brindar y el egoísta deseo de al menos un asado más, un brindis más, una copa de vino más. Y otra más y otra ¡Y caigo en cuentas de que son infinitos! ¡Sí! Incontables buenos momentos. Partió un amigo, un hermano, un ser amado que nos hará falta en las buenas y en las malas y en eso realmente me harán falta, en las buenas que quiero compartir. Duele y como duele, dolerá hasta que nos toque partir. Dolerá eternamente. Porque no hay un corte, no tenemos una razón, quedamos ligados por medio del amor al recuerdo de lo que fue y el sueño de lo que pudo haber sido, ergo la aceptación es imposible. Hoy, mañana, pasado y el resto de nuestros días tendremos que ser un poco más fuertes de lo que esperábamos, de lo que quisiéramos. Gracias a ustedes y perdón.