domingo, 1 de septiembre de 2024

Chengü Rakin: Amor, soberbia, control

Una tarde de verano, mientras Chengü Rakin contempla el abismo desde un cerro, su paz y desolación se ven interrumpidas por la presencia de un joven cazador que claramente no pertenece a la zona. Su figura solitaria y su fortaleza innata despiertan en ella una curiosidad que desafía sus miedos y tabúes. Lo observa durante largos días y noches, prestando vital atención a sus movimientos con una mezcla de fascinación y anhelo. Aunque él es consciente de su presencia, no muestra un atisbo de miedo, lo que despierta en Chengü Rakin un impulso irresistible de acercarse. El cazador no es como los demás. Su vestimenta refinada y su meticuloso interés por distinguir entre piedras y árboles petrificados lo convierten en el objeto de un juego de seducción que Chengü Rakin emprende con astucia e inteligencia. Deja pistas sutiles: puntas de flechas antiguas que extrae entre sus escamas y frutas dulces del bosque, atrayéndolo a su guarida. Cuando se encuentran, él queda hipnotizado por la belleza de Chengü Rakin, pero su deseo no se enfoca en su sangre o magia, sino en la cruel satisfacción de someter su libertad. Su mirada es de dominio.. Con el tiempo, por obediencia y cansancio, cede a las demandas hipnóticas del cazador, quien, con su verborragia, la convence una y otra vez de parir. La somete repetidamente, la abandona, la destierra de sus bosques y montañas, y se marcha en busca de nuevas aventuras. De vez en cuando le pide, sabiendo de su don para regenerarse, una cabeza, como un acto de amor vil. Ella, gentil y adolorida, cede y permite ser mutilada para que él pueda exhibir el trofeo. El cazador le arrebata lo más precioso: su alma, el núcleo de su poder. Chengü Rakin deja de ser una majestuosa hidra y se transforma en una simple mascota, una prisionera de su propia esperanza traicionada. La soberbia del cazador se disfraza de buenos tratos, su control se envuelve en una fachada de protección y educación, mientras ella se hunde en la humillación de una sumisión que desgasta su espíritu. Él no busca lo que otros en su cacería; no quiere sus beneficios. Busca demostrar que, como humano, es superior a ella. No caza por necesidad; caza por poder, por el placer de hacerlo, por imponerse. Se alimenta del sometimiento y, sobre una pila de cráneos, se erige. Se da cuenta de que no la amaba a ella; amaba que los demás lo admiraran por tenerla bajo su yugo, presión y disciplina. "No hagas, no toques, no mires, no salgas". Como cazador experimentado, él sabe, y solo él sabe, qué es bueno para ella. "Mira cómo los demás me idolatran; soy grande, más grande que tus poderes; soy más poderoso que la hidra que se regenera." A medida que pasa el tiempo, Chengü Rakin cede a los pedidos hipnóticos del cazador, no por deseo, sino por una obediencia rendida al cansancio y al desgaste. La lleva a parir una y otra vez, no por aprecio, sino como una cruel demostración de poder. La abandona y la destierra de sus bosques, dejándola sola en una especie de esquizofrenia, mientras él se embarca en nuevas aventuras. En uno de sus viajes, mientras la deja por otras aventuras, un cuidador de la zona la trata con benevolencia, aunque de manera algo descuidada. Ella se encariña con él, pero, acostumbrada a la violencia, no ve en él a alguien que pueda sanar su herida alma. Conviven un tiempo y, aunque él no pide ni su sangre, ni sus cabezas, ni obediencia, ella no logra adaptarse. Acostumbrada a ver la violencia como signo de amor y la cacería como deseo, esta percepción afecta su relación. Chengü Rakin enseña al cuidador su magia ancestral, y juntos engendran una nueva cría. Sin embargo, la llegada de esta nueva vida se convierte en una carga abrumadora para el cuidador, ya sobrecargado por las crías anteriores. La responsabilidad de cuidar a estas crías pesa sobre él como cien toneladas, mientras Chengü Rakin observa, una vez más, cómo el abandono toma una nueva forma. Esto la deja nuevamente abrumada; acostumbrada al castigo, a la servidumbre, a entregar sin recibir, a ser esclava y sometida, no puede ver su vida fuera de ese esquema, de esa jaula. Así, a pesar del tormento que implica, Chengü Rakin busca a su antiguo cazador, que ha madurado en una figura aún más imponente y despiadada. Él ya no es el joven cazador que conoció, sino un ser más fuerte, soberbio y déspota, cuyas pretensiones de divinidad gigantes lo hacen sentir un dios terrenal. Lo busca, lo encuentra y él vuelve a someterla. Una vez más, le exige su cabeza, le demanda esfuerzo, trabajo y una nueva cría para terminar por aplastar su alma ya marchita. Continúa con la extorsión, la prisión, la carga y el abatimiento; una bestia como ella no siente, solo actúa. Debe cumplir, y ella cumple. Ahora, ya vieja y aplastada por el peso de su historia, sigue entregando su escasa energía a sus hijos para que no sufran lo que ella sufrió, para que vuelen más alto. Sus primeras crías ya dieron a sus nietos, que no tienen magia ni son hidras, y solo quedan dos crías menores a quienes entrega lo poco que le queda de ella, tan poco que no alcanza a terminar su tarea. En sus últimos días, Chengü Rakin muere lentamente, agonizante y desequilibrada ante los ojos indiferentes del cazador, que prefiere mil veces verla morir antes que hacerse cargo de su vida y salud. Ya le quitó todo; ya no la necesita. Enferma poco a poco; no solo su cuerpo, sino también su mente y corazón, todo su ser empieza a colapsar. Finalmente, se desploma, y un mes después, la muerte la envuelve en un sueño liberador. En su último aliento, su ruego es que sus nietos sean protegidos, que no sufran la misma suerte que ella, que encuentren un vuelo libre y elevado, lejos del tormento que ella conoció.

Chengü Rakin: Se nace y se curte

Demos un paseo juntos, retrocedamos en el tiempo a una historia de hace muchos años. El día lluvioso, con su mate amargo, se vuelve especialmente amigable al paladar, en sabor y temperatura, deleitando a cualquier paisano que se siente sureño. Hace poco llegué a Buenos Aires en un gris día de agosto, un jueves 1.º de agosto que no olvidaré. La ciudad cosmopolita recibía a este criollo, mitad gaucho y mitad mapuche, con lluvia y tempestad. Me perdí en las calles del barrio Urquiza. En uno de sus parques encontré una vieja casona, un antiguo casco de estancia. Allí había una biblioteca popular con un aire añejo, perfumada con aroma a lustra muebles y madera. Al pasear entre los libros, me llamó la atención un volumen de tapa dura, con encuadernación algo maltratada y hojas amarillentas que evidencian su edad. El libro se llama Viejas historias de la mitología griega. Mientras me siento en una de las mesas, el aire del césped mojado, con su verde intenso y la lluvia, crea el clima perfecto para leer. Pido permiso para tomar mate, que me conceden con la indicación de no ensuciar ni manchar. —Hoy lo permito porque no hay nadie, ni creo que venga alguien, pero por favor, tenga cuidado, ya que hay ejemplares difíciles de conseguir. Asentí con respeto y aseguré que todo estaría bajo control, y comencé a leer aquel libro. Entre las muchas historias, una captó especialmente mi atención: "La Hidra de Lerna". Esta serpiente mitológica se caracteriza por regenerar cada cabeza que le cortan. Esto me recordó una historia de mi pueblo, un mito similar. En la zona del río Toltén, entre los bosques de pehuenches y al sur del cerro Ñielol, vivía una serpiente similar en la cordillera, famosa por su capacidad de regenerarse incluso después de ser atacada mortalmente. La leyenda dice que, a pesar de su agresividad, también era vulnerable, lo que llevó a la región a buscarla con el fin de obtener su sangre. De joven, vio cómo mataban a su padre, el gran dragón, para extraer un poco de su fortaleza y vida eterna. Con espada, abrieron su estómago, extrajeron sus entrañas y escurrieron hasta la última gota de su sangre para curar heridas de guerreros y enfermedades incurables. Crearon diversos ungüentos y usaron su piel para formar objetos de gran poder y misticismo. Ella, la hidra, cuyo nombre era Chengü Rakin, logró huir con su madre de aquella sangrienta cacería. Durante un buen tiempo vivió en paz bajo las fuertes reglas y castigos de su madre, y al alcanzar la madurez, fue expulsada de la cueva materna, como exige el mandato natural. En busca de refugio en la cordillera, fue encontrada por cazadores que, sabiendo que quedaban pocas como ella, no la mataron sino que la encadenaron para forzarla a engendrar. De su cria poco se supo, ya que, tras el macabro ritual, los cazadores se marcharon victoriosos. En agonía por soportar tal humillación, miró al cielo y pidió fuerzas a su padre una vez más, como había hecho en su niñez. Solía regresar al lugar donde él había sido desmembrado, con la esperanza de que de la tierra y de algún fragmento de hueso surgiera de nuevo el gran dragón. Rogaba por su regreso, por su fuerza y valentía. Reunió fuerzas y cruzó hacia lo que hoy conocemos como Argentina, para refugiarse entre los bosques de la precordillera y tratar de huir de los cazadores usando el cordón montañoso como protección. Ingenuidad total, ya que en el otro lado ya se conocía su historia y también la buscaban para obtener su sangre. Nuevamente le dieron asedio hasta cazarla y la forzaron a engendrar, pero esta vez no lograron arrebatarle a su cría. Tras el ritual oscuro, la noticia se difundió, y fue su madre quien, indignada al enterarse de la imprudencia de su hija por no haber logrado mantenerse a resguardo, la hizo caer nuevamente en cautiverio. Furiosa, fue a su rescate, no para darle cobijo, sino para llevarse con ella a la cría de su hija, desterrándola por imprudente, por permitir que los humanos obtuvieran con facilidad el poder que de ella emana. Ahora, no solo lastimada por ajenos, es agredida y desterrada por quien es su madre, la más implacable de las juezas Exhausta y sin alma, Chengü Rakin busca refugio una vez más. Como un alma errante sin esperanza, encuentra a una anciana bruja que le ofrece consuelo y alimento, un breve respiro en su tormento, aunque le aclara que deberá buscar su propio sustento. Aunque le brinda asilo, su generosidad queda opacada por la imposibilidad de cubrir el voraz apetito de una gran serpiente. Temerosa de cazar, una actividad ajena a ella por su inexperiencia, Chengü Rakin se ve obligada a negociar con cazadores forasteros, intercambiando un litro de su sangre por carne de vacuno, un retazo de su piel por un trozo de cerdo. Cada corte y herida no solo lastiman su cuerpo, sino también su orgullo y dignidad, pues la humillación de vender su propio ser por no poder cazar es más dolorosa que el sufrimiento físico. Incapaz de soportar más esta degradación, Chengü Rakin elige la agonía de la inanición sobre la humillación de seguir transaccionando. Al caer la noche, vuela hacia la costa, impulsada por el hambre, en busca de un cadáver de ballena para alimentarse. Aunque algo podrido, logra llenar su abdomen y llevarlo a su guarida para resguardarse. Una madrugada, la soledad la golpea brutalmente una vez más. Al regresar con su botín, descubre que su amiga, la bruja, ha desaparecido. El silencio la envuelve y la incertidumbre es infinita. Una vez más, queda sola, rezando a su padre con voz quebrada: 'Dame fuerza Pasan las noches y los días. El oscuro invierno patagónico es severo, y azota en las interminables noches que se alargan sin fin. Chengü Rakin, perdida en los gigantes laberintos andinos, extraña a su cría, a pesar de no haber sido deseada tiene la herida abierta por su ausencia en el corazón. Su cría le hace sentir más que una simple serpiente mágica. En medio de la profundidad de la cordillera y los vastos bosques sureños, se encuentra sola y abatida por su desdicha. Piensa en el porqué de esta vida que le toca en gracia.