domingo, 1 de septiembre de 2024

Chengü Rakin: Se nace y se curte

Demos un paseo juntos, retrocedamos en el tiempo a una historia de hace muchos años. El día lluvioso, con su mate amargo, se vuelve especialmente amigable al paladar, en sabor y temperatura, deleitando a cualquier paisano que se siente sureño. Hace poco llegué a Buenos Aires en un gris día de agosto, un jueves 1.º de agosto que no olvidaré. La ciudad cosmopolita recibía a este criollo, mitad gaucho y mitad mapuche, con lluvia y tempestad. Me perdí en las calles del barrio Urquiza. En uno de sus parques encontré una vieja casona, un antiguo casco de estancia. Allí había una biblioteca popular con un aire añejo, perfumada con aroma a lustra muebles y madera. Al pasear entre los libros, me llamó la atención un volumen de tapa dura, con encuadernación algo maltratada y hojas amarillentas que evidencian su edad. El libro se llama Viejas historias de la mitología griega. Mientras me siento en una de las mesas, el aire del césped mojado, con su verde intenso y la lluvia, crea el clima perfecto para leer. Pido permiso para tomar mate, que me conceden con la indicación de no ensuciar ni manchar. —Hoy lo permito porque no hay nadie, ni creo que venga alguien, pero por favor, tenga cuidado, ya que hay ejemplares difíciles de conseguir. Asentí con respeto y aseguré que todo estaría bajo control, y comencé a leer aquel libro. Entre las muchas historias, una captó especialmente mi atención: "La Hidra de Lerna". Esta serpiente mitológica se caracteriza por regenerar cada cabeza que le cortan. Esto me recordó una historia de mi pueblo, un mito similar. En la zona del río Toltén, entre los bosques de pehuenches y al sur del cerro Ñielol, vivía una serpiente similar en la cordillera, famosa por su capacidad de regenerarse incluso después de ser atacada mortalmente. La leyenda dice que, a pesar de su agresividad, también era vulnerable, lo que llevó a la región a buscarla con el fin de obtener su sangre. De joven, vio cómo mataban a su padre, el gran dragón, para extraer un poco de su fortaleza y vida eterna. Con espada, abrieron su estómago, extrajeron sus entrañas y escurrieron hasta la última gota de su sangre para curar heridas de guerreros y enfermedades incurables. Crearon diversos ungüentos y usaron su piel para formar objetos de gran poder y misticismo. Ella, la hidra, cuyo nombre era Chengü Rakin, logró huir con su madre de aquella sangrienta cacería. Durante un buen tiempo vivió en paz bajo las fuertes reglas y castigos de su madre, y al alcanzar la madurez, fue expulsada de la cueva materna, como exige el mandato natural. En busca de refugio en la cordillera, fue encontrada por cazadores que, sabiendo que quedaban pocas como ella, no la mataron sino que la encadenaron para forzarla a engendrar. De su cria poco se supo, ya que, tras el macabro ritual, los cazadores se marcharon victoriosos. En agonía por soportar tal humillación, miró al cielo y pidió fuerzas a su padre una vez más, como había hecho en su niñez. Solía regresar al lugar donde él había sido desmembrado, con la esperanza de que de la tierra y de algún fragmento de hueso surgiera de nuevo el gran dragón. Rogaba por su regreso, por su fuerza y valentía. Reunió fuerzas y cruzó hacia lo que hoy conocemos como Argentina, para refugiarse entre los bosques de la precordillera y tratar de huir de los cazadores usando el cordón montañoso como protección. Ingenuidad total, ya que en el otro lado ya se conocía su historia y también la buscaban para obtener su sangre. Nuevamente le dieron asedio hasta cazarla y la forzaron a engendrar, pero esta vez no lograron arrebatarle a su cría. Tras el ritual oscuro, la noticia se difundió, y fue su madre quien, indignada al enterarse de la imprudencia de su hija por no haber logrado mantenerse a resguardo, la hizo caer nuevamente en cautiverio. Furiosa, fue a su rescate, no para darle cobijo, sino para llevarse con ella a la cría de su hija, desterrándola por imprudente, por permitir que los humanos obtuvieran con facilidad el poder que de ella emana. Ahora, no solo lastimada por ajenos, es agredida y desterrada por quien es su madre, la más implacable de las juezas Exhausta y sin alma, Chengü Rakin busca refugio una vez más. Como un alma errante sin esperanza, encuentra a una anciana bruja que le ofrece consuelo y alimento, un breve respiro en su tormento, aunque le aclara que deberá buscar su propio sustento. Aunque le brinda asilo, su generosidad queda opacada por la imposibilidad de cubrir el voraz apetito de una gran serpiente. Temerosa de cazar, una actividad ajena a ella por su inexperiencia, Chengü Rakin se ve obligada a negociar con cazadores forasteros, intercambiando un litro de su sangre por carne de vacuno, un retazo de su piel por un trozo de cerdo. Cada corte y herida no solo lastiman su cuerpo, sino también su orgullo y dignidad, pues la humillación de vender su propio ser por no poder cazar es más dolorosa que el sufrimiento físico. Incapaz de soportar más esta degradación, Chengü Rakin elige la agonía de la inanición sobre la humillación de seguir transaccionando. Al caer la noche, vuela hacia la costa, impulsada por el hambre, en busca de un cadáver de ballena para alimentarse. Aunque algo podrido, logra llenar su abdomen y llevarlo a su guarida para resguardarse. Una madrugada, la soledad la golpea brutalmente una vez más. Al regresar con su botín, descubre que su amiga, la bruja, ha desaparecido. El silencio la envuelve y la incertidumbre es infinita. Una vez más, queda sola, rezando a su padre con voz quebrada: 'Dame fuerza Pasan las noches y los días. El oscuro invierno patagónico es severo, y azota en las interminables noches que se alargan sin fin. Chengü Rakin, perdida en los gigantes laberintos andinos, extraña a su cría, a pesar de no haber sido deseada tiene la herida abierta por su ausencia en el corazón. Su cría le hace sentir más que una simple serpiente mágica. En medio de la profundidad de la cordillera y los vastos bosques sureños, se encuentra sola y abatida por su desdicha. Piensa en el porqué de esta vida que le toca en gracia.

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