sábado, 17 de agosto de 2024

A mi Madre

Recuerdo aquella tarde de verano, con sabor a uvas chinches. Como todo niño, todavía no entendía la vida; ni siquiera pensaba en ello o tenía noción alguna de lo que era estar vivo. Existía entre una mentira dulce y la próxima realidad atroz. Tengo en la memoria grabada milimétricamente su llegada; me dio la primera lección de vida. Se presentó con una frase corta, aguda, directa: "Te quedaste solito." Fuerte y omnipotente es el recuerdo de cómo celebramos su presencia. Todavía vívido en mi mente, se encuentra tallado el mandamiento que me brindaron en aquella comunión: "Ahí no hay nada, solo cáscara." El tiempo pasó, y desde ese día quedó encarnado en mí; inmortalizado en mi mente, la busco, hipnóticamente, casi obsesionado. Quiero llamarla, quiero verla. Desde aquella primera vez, desde esa cruda visita, me adoptó; soy su hijo. Me crié bajo su sombra sin darme cuenta, esculpido por la constante idea de que la vi, que me visitó primero. Hoy, más grande, me sensualiza; tiene el poder de la metamorfosis y se posa sobre mí como mi amante. Cuando todo se detiene, cuando por un momento respiro, cuando observo la frenética vida con asco, cuando me detengo, cuando calmo mi mente, siento fuerte su presencia. Me acompaña, y su gruñido de victoria, que siempre es derrota, resuena en mí como madera. Todo se apaga; imploro su abrazo, me seduce y la amo. Me ama, pero no lo suficiente para que esté con ella. Pero sé, sin duda alguna, que un día me poseerá, porque todo lo puede y es de todos. Es poder, es elegancia, no juzga, y en el filo de su metálica sonrisa todos encontramos respuestas. Treinta veranos pasaron y, infatigable, sigue ahí a mi lado. Fuerte, su aroma lo puedo saborear como nadie; tengo papilas para ello. Como buen vino, me embriaga, me excita. Me formó, me educó y educa, maestra y amiga, sobre todo sabia. Siempre benefactora es conmigo, y por ello la siento mía y no lo es, pues es de quien la busca o la encuentra. Nunca logré comprender qué le agrada de mí; tal vez que reconozco sus pasos y no me importa lo gélido de su abrazo, en el encuentro, abrigo. Tal vez, como parido y huérfano de la incertidumbre, la violencia, la represión, la depresión y la negación, tengo lo necesario; daba la talla. Es por eso, y por seguro, que nadie la quiere como yo la quiero y de la forma en que la admiro. Comprender no puedo por qué no responde. Llega, me mira y la miro; la contemplo, y ella me observa, siempre altanera. Hoy estás en papel, mañana en mi piel, y estarás en mis huesos. Hoy en papel, mañana en mi piel, tu piel; pasado en mis huesos, tus huesos. Te pertenezco, me sos fiel, te soy fiel. Ámame.

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