viernes, 23 de agosto de 2024

Radiografia de un cadaver

Él es un cadáver y mora donde los que no son pasan a no ser, donde los que fueron dejan la privacidad de su tumba, en la cruz mayor, donde él busca paz, hogar y silencio. No elige existir en las ausencias del cementerio; se arrastra hasta ahí porque es el único lugar donde lo reciben, ni siquiera cuando su despedida se le permite. Nadie quiere despedirse de quien el solo recuerdo de verlo llegar es un agrio recuerdo. Carga con una condena, heredada tal vez, o ganada en los intentos fallidos de buscar una estrella a la cual seguir. Podés hacer feliz a cualquiera, pero nadie quiere ser feliz a tu lado. No sos digno de felicidad, aunque lo intentes. Entregó su corazón cuando aún latía, para que se lo devolvieran en el instante, porque de nada valía, ni su corazón, ni sus disculpas. Si tuviera que presentarlo, seguramente les caería muy bien, y hasta quisieran llevarlo a su casa para adoptarlo; lo querrían por un tiempo. Si lo cruzás por la calle, es un ser normal, tal vez una mueca de alegría, pero generalmente destila enojo o tristeza. Tiene ansiedad por un futuro incierto, lo único de cierto que tiene es que la eternidad que lo gobierna es un acto repetitivo y doloroso en el más cruento de los desiertos, el más gélido de los glaciares, y el mundo solitario más visitado. Expulsado de la vida de los vivos y los alegres, en el lúgubre campo santo, se vuelve uno con su entorno y queda inmerso. En ese sitio donde se ahogan las penas y donde los gritos se vuelven sordos, redobla esfuerzos en no sentir dolor. ¿Cómo explicarles en palabras los pocos despojos que quedan de ese cansado ser? Sin embargo, más allá de lo poco y lo desmembrado, el dolor se hace carne y lo atraviesa, y en el centro de su esternón partido todavía duele mucho, aunque ya no quede más que un cadáver descompuesto. Sin embargo, siente. Cuando nada queda, siente. Cada tanto busca escapar de lo que en realidad es, salir de ese lugar donde él sabe bien que nadie lo va a ir a buscar. No quiere aceptar que ese es su lugar y que eso es lo que es. Se perfuma todo lo que puede, se pone su mejor mortaja, se peina con cuidado para no arrancar sus cabellos y trata de cubrir sus putridas heridas. Nuevamente, con una fe falsa y una agónica esperanza, busca un domingo en familia, un abrazo y un "te amo". Quiere creerse vivo y se enamora de una mentira que, más pronto que tarde, lo va a morder con fuerza para devolverlo a su verdad. Lo dobla, lo pone de rodillas, lo rinde, y le susurra con placer al oído: "Tu lugar no es ese, tu lugar es la cruz mayor, tu morada." Se repite a sí mismo: "Nunca nadie vino a buscarte." Su hedor es fuerte, su piel se desgarra, los gusanos afloran y donde no hay carne, hay huesos frágiles, que ya no soportan la presión. Una vez más, vuelve roto, vuelve porque fue expulsado, vuelve con el desprecio como mochila, vuelve porque es a donde pertenece. Nadie vivo compartirá su vida con vos, porque la muerte te ha reclamado por completo. Por testarudo, por soberbio, vuelve sobre sus pasos, mirando las huellas que dejó al partir, pisándolas para ahora dejar marcado su retorno. Abre el portón adornado por claveles y custodiado por whiskys, tristezas y recuerdos. Camina entre las lápidas de quienes descansan en paz, porque ya eligieron la paz. Él no aceptó su muerte, no quiere. Las ratas se le acercan para regodearse de los pequeños trozos que pueden arrancar; quieren convencerlo de que se rinda para poder llenar sus vientres. Él sigue dejando destajos para que se entretengan mientras esperan su caída. El viejo árbol que lo vio llegar la primera vez, hoy lo ve retornar; se divierte con su pesar, ve cómo se arrastra, le resulta simpático que crea que puede salir. Nadie sale una vez dentro. Se sienta en su aposento, hunde sus dedos entre los espacios de sus hendiduras, encuentra el dolor; ahí está, sin embargo, sigue muerto. Pasan los días y puede percibir cómo de a poco se disipa en el ambiente el calor del último abrazo, y se pierden entre la niebla y la oscuridad la luz de la última persona que iluminó su cuerpo corrupto. En ese mundo enmudecido y sombrío, se evaporan las esperanzas de cualquier positivo. Cada segundo es eterno, y estar muerto no tiene fin ni sentido. ¿Por qué buscar estar vivo, si esa utopía solo genera un dolor con el que debe convivir para el resto de la infinidad? Dios creó a la muerte, ¿y quién le da muerte a ella? Reflexiona ya en su sitio, que tal vez 90 años de vida justifiquen una eternidad de cadáver; sin embargo, sos cadáver y no debés salir de tu cruz por más nostalgia y deseos que te impulsen. Observa el mundo feliz girar sin él; para los vivos, el paraíso, y para él, la ultratumba.

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